Nadie nos advirtió de que este 2020 sería tan cruel. Acabamos el 2019 con la alegría de un sábado del leve otoño, el día nueve en particular. La alegría y la emoción de un numeroso grupo de gente amiga de muy diversos ámbitos que se reunió con Almudena Amador, Paco Benedito, Dominick Tsotras, Rafa Camarasa, Fernando Delgado, mi familia y yo mismo en la 'Llibreria Ramon Llull', en la calle Corona, en Valencia.
Presentábamos el número 10 de la Colección Marte de poesía, de Ediciones Contrabando.
'Paisaje de troncos segados', lleva por título. Me consta que ha gustado. Nos costó dar con él, a Paco Benedito (director de la colección) y a mí. Nos costó encontrar uno. Nos costó encontrarlo, pero en un determinado momento, como por decantación, se nos acabó imponiendo, como solo lo hacen las cosas necesarias. Un buen título es imprescindible para cualquier obra de arte, mucho más si se trata de un conjunto de poemas.
Mi buena y entrañable amiga, Clara Beltrán, presencia mágica desde mi primera juventud y mis primeros viajes a Valencia, antes de que yo siquiera soñara con vivir en esta hermosa ciudad, se pregunta y me pregunta por el sentido del título. Tal vez por su origen, su significado, su motivo, al menos implícitamente. Cito textualmente su reciente comentario en facebook: "Precioso, Paco. Precioso poemario y preciosa tarde aquella. Pendiente queda que me expliques, como jardinera que soy, eso de segar troncos..."
Aquí va la explicación, merecida y conveniente. 'Paisaje de troncos segados' es el título de uno de los poemas incluidos en el libro. Se trata de un poema reciente, de los últimos incorporados al conjunto. Ese conjunto, que en palabras de mi gran amigo Uberto Stabile, en el prólogo, "sin llegar a ser un libro de unidad, mantiene una constante dialéctica entre la identidad y el olvido".
Conjunto heterogéneo, producto del tiempo; y en el que se mezclan "largos y cortos poemas" como bien dice en la contraportada ese inabarcable renacentista que es Fernando Delgado, en el cual, siempre según él, "el poema breve y leve, sencillo, se muestra más reflexivo y hondo (...) [mientras que] el más extenso ofrece relato y meditación (...) [y en donde] el ritmo de la emoción brinda el misterio en la síntesis".
Este paisaje imaginario existe también en la realidad o, al menos hasta este pasado verano, existía. Son o eran, los restos, el paisaje después de la batalla, de lo que fue un florido vergel construido en el Valle del Alberche, muy cerca de la Sierra de Gredos, por el esfuerzo y la obstinación de nuestros padres.
Marce y Aure salieron en mitad de los años cincuenta del pasado siglo, según sus propias palabras, con una mano delante y otra detrás, tan solo revestidos con su insultante juventud de posguerra, de su humilde pueblo de la provincia de Ávila, Navalmoral de la Sierra.
A la vuelta de los años, construyeron una casa y un huerto y un jardín que miraban y siguen mirando a las montañas de día y de noche, y a las estrellas y constelaciones, en su pueblo y el mío, aunque a mí y a mi hermana Carmen nos nacieran en la gran ciudad más cercana.
De esa ciudad, Madrid, salí yo años más tarde y como el caminante de otro de los poemas del libro, me desvié durante un tiempo por algunos parajes de Europa, en la segunda mitad de los ochenta, hasta perderme y encontrarme en los ojos de mi mujer, Victoria.
En el huerto o jardín, enorme y alargado, convivieron las verduras y hortalizas con los árboles frutales, alguno de los cuales producía esos incomparables duraznos de secano.
Ese vergel empezó a decaer con la temprana muerte de la madre, en 2004. El progresivo alzhéimer del padre acabó definitivamente con él no mucho más tarde de 2010. Ocho años después, en 2018, con motivo del fallecimiento del abuelo largo tiempo perdido en su laberinto, descubrimos que en un momento indeterminado quien taló los árboles frutales había dejado dos cadáveres mutilados a modo de mudos testigos desolados de lo que aquel maravilloso terreno había sido en un tiempo.
Me costó al menos otro año poder escribir sobre aquello mientras nos enfrentábamos a las zarzas y al rastrojo que se habían apoderado del terreno. Como bien han dicho diversos autores, entre otros mi admirado Luis Rosales, se escribe con palabras, no con sentimientos. O dicho de otro modo, se describen con palabras los diversos estados de ánimo, sin que estos se impongan y conviertan lo escrito en algo antiliterario.
Quiero pensar que, por encima de escuelas, tendencias, cenáculos, camarillas, etc., la misión del poeta es extraer el máximo poder expresivo de las palabras y las asociaciones entre las mismas. Esto se ha conseguido, a lo largo de los siglos, de muy diversas maneras.
He comentado siempre que he tenido ocasión cómo el hernandiano '(...) se me ha muerto como del rayo, Ramón Sijé con quien tanto quería' potencia tanto la capacidad expresiva, con un simple cambio de preposición (¡tanto a cambio de tan poco!); o por qué el 'heme aquí ya profesor en un pueblo entre andaluz y manchego' machadiano es tanto más poético que su equivalente prosaico 'me han nombrado profesor en un pueblo fronterizo entre Andalucía y La Mancha'.
En mi caso particular, siento especial predilección por las imágenes más o menos irracionales, llamadlo surrealismo o como os plazca. A este respecto, tengo al gran Carlos Bousoño en un altar, gracias a sus obras de carácter crítico, 'El irracionalismo poético' (1977) y 'Superrealismo poético y simbolización' (1978), en las que explica maravillosamente algunas de estas cuestiones.
Obviamente, los árboles, sus troncos, se cortan, se talan. Parece lógico pensar que la iconografía asociada a la siega (la hoz, la guadaña...) potencia el dramatismo y la intensidad de la pérdida. La pérdida, en este caso, no solo de un paraíso natural sino, a la vez y como causa de aquella, la de las personas que lo habían hecho posible y lo sustentaban.
Los dos muñones, inermes en medio de una nada avarienta, han sido finalmente arrancados como si de una muela infectada se trataran. Habían cumplido su misión, recuerdo de la pérdida, de la desolación, y se habían convertido sin saberlo en el impulso, el motivo necesario para la creación poética. Han dejado el recuerdo y harto consuelo su memoria.
Reproduzco a continuación una versión revisada y ampliada de dicho poema, como expresión de aquello que se ha llamado, entre otras formas, la obra en marcha.
PAISAJE DE TRONCOS SEGADOS
Para
Aure, mi padre
Troncos segados
cadáveres de un huerto
que fue.
Las zarzas reclaman
sus dominios,
se apoderan de todos
los rincones.
Los troncos desgarrados
aseveran que el pasado
no volverá.
Las zarzas ocupan
los espacios,
extienden
sus zarpas trepadoras.
Los troncos desgarrados,
desnudos,
en medio de una nada
envuelta,
rodeada de cañas secas.
Una nada avarienta
sobre la que los caballos
mastican el rastrojo.